Opinión Cuba Manuel E. Yepe Fecha publicación: 08/05/2008 La posibilidad de formular una política exterior propia, en función de los intereses nacionales, se vislumbró en Cuba por primera vez en su historia en 1959. El escenario en el que Cuba habría de desplegar entonces esa política independiente debía considerar factores históricos, geográficos y, por supuesto, políticos concretos que se singularizaban de manera tal que ningún modelo importado servía a los propósitos cubanos. En Cuba, como en Puerto Rico, el colonialismo español había durado casi un siglo más que en los demás países sometidos a este régimen en el resto del hemisferio, pero mucho menos que en los vecinos de las Antillas menores, donde solo Haití había conquistado su independencia, por cierto, antes que los suramericanos. Cuba había tenido que librar dos cruentas guerras por la independencia que sedimentaron procesos de integración nacional en la sociedad cubana y también condicionaron la actitud hacia la Isla de los Estados Unidos de América. Los objetivos estratégicos de los revolucionarios cubanos desde el inicio de sus luchas en 1868 han sido, claramente, tres: la independencia nacional, la identidad cultural, y la justicia social. La relación con el vecino del norte ha tenido siempre una presencia paradójica mantenida hasta nuestros días. Estados Unidos irrumpió en el escenario de la guerra cubana de independencia cuando los revolucionarios cubanos estaban a punto de vencer, luego de haber estado apostando al desgaste de las dos partes para hacer realidad sus sueños de que la Isla cayera en sus manos cual “fruta madura”, según vaticinara John Quincy Adams, Secretario de Estado en el gobierno de James Monroe y más tarde su sucesor como presidente. Cuba constituyó la primera experiencia neocolonialista de los Estados Unidos a escala mundial –considerando que los nexos con Puerto Rico y Filipinas, territorios también adquiridos en la guerra contra España, tomaron otros cursos. Puede suponerse que es por ello que, para Washington, el fracaso del sistema de relaciones constituido con Cuba y practicado durante casi sesenta años, resulta, desde 1959, más importante que lo que indica la lógica pura. Con relación al período colonial, la política exterior de Cuba en los 56 primeros años de pretendida independencia solo significó un cambio de la dominación española por una subordinación colonial virtual a los Estados Unidos de América. Los problemas que enfrentaba Cuba durante los años 50 del siglo XX no eran mayores ni muy distintos a los que afectaban a muchas otras naciones del continente. Es cierto que Cuba sufría una cruel tiranía, pero igual había feroces dictaduras en muchos otros países de América. Las injusticias eran enormes en Cuba, pero no lo eran menos en la mayoría de los demás países latinoamericanos. El análisis de los motivos de que fuera Cuba donde triunfara una revolución que habría de dar paso a otra más grande aún que ya está teniendo lugar en toda la región, no es tema de este comentario, pero no puedo abstenerme de señalar que las condiciones y méritos de los revolucionarios cubanos que venían luchando durante más de noventa años no habrían bastado para ello de no haber contado la patria con un conductor como Fidel Castro. Fidel aportó su talento y acción a una causa compartida por lo mejor y más sano de la sociedad. Promovió su liderazgo a base del ejemplo personal y la evidencia de sus convicciones, proyectos e ideas. Las corrientes revolucionarias que confluyeron para dar lugar a una dirección única de la revolución encabezada por Fidel Castro durante la lucha contra la tiranía y luego de la toma del poder, hicieron cada una de ellas sus aportes al diseño y al desempeño del proceso. Para comprender el grado de sumisión del accionar político oficial cubano en la arena internacional antes de 1959, basta recordar que cuando tiene lugar el triunfo revolucionario, el organismo de la administración central cubana para las relaciones exteriores llevaba el nombre de Secretaría de Estado y era, efectivamente, una filial de la Secretaría de Estado de Washington. Fue en junio del 59, al poco tiempo de haber asumido el doctor Raúl Roa la conducción de ese organismo, que se le rebautizó con el nombre de Ministerio de Relaciones Exteriores. Y no se trató sencillamente de un cambio de nombre, fue proclama de unas intenciones que se hicieron realidad en poco tiempo: Cuba había asumido la conducción por si misma de su política exterior y se proponía el establecimiento de relaciones, en pie de igualdad, con todos los países, sin distingos de sistemas sociopolíticos ni ideologías. Yo definiría los objetivos generales de la política exterior de la revolución cuando recién llegaba al poder, como los siguientes: defender la independencia, la soberanía y la seguridad de la nación; hacer valer su derecho a la autodeterminación y a darse la forma de gobierno y el sistema socioeconómico que determinaran sus ciudadanos; proteger y proyectar su identidad cultural y valores sociopolíticos en la arena mundial con el protagonismo que corresponde a su condición de miembro efectivo de la sociedad internacional, con iguales derechos y deberes que cualquier otra nación, sin importar su tamaño, población, poderío militar, antigüedad, desarrollo económico o cualquier otra condición. Los métodos de la política exterior cubana se han caracterizado por su carácter creativo y solidario, inflexibles en la defensa de la soberanía nacional e intransigentes en su adhesión a las normas internacionales, pero siempre partidarios de la negociación y el entendimiento para la solución de los conflictos. Hacia esos objetivos y con tales métodos se fijaron las bases de la política exterior propia de la revolución cubana. http://www.argenpress.info/nota.asp?num=054828&Parte=0
jueves, 8 de mayo de 2008
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