LUIS FORTUÑO Los puertorriqueños valoramos nuestra identidad como pueblo. Algunos aprovechan el orgullo que sentimos por lo nuestro para tratar de definir la puertorriqueñidad como algo opuesto a nuestra ciudadanía americana. Pretenden convencernos de que lo que nos distingue como pueblo también nos separa de la nación de la que somos ciudadanos. Unos dicen que sólo podemos tener una patria e insisten en que debemos escoger entre ser americanos o puertorriqueños. Otros sostienen que, aunque podemos ser ciudadanos americanos, para preservar nuestra puertorriqueñidad debemos someternos a la indignidad de tener una ciudadanía de segunda clase. Yo les digo que la ciudadanía americana no está en conflicto con nuestra puertorriqueñidad y que podemos seguir siendo puertorriqueños al tiempo que disfrutamos de todos los derechos de nuestra ciudadanía en la estadidad. José Celso Barbosa, cuyo natalicio celebramos hoy, entendía esto muy bien. Cuando a principios del siglo 20 Barbosa propulsaba la “americanización” de Puerto Rico, no se refería a la asimilación cultural sino a la adopción de las instituciones americanas de gobierno. Gracias a la americanización que Barbosa propulsó, se conocieron por primera vez en Puerto Rico las libertades de prensa, asociación y culto religioso, la educación pública, el derecho a reunirse, el juicio por jurado, el habeas corpus, y el sufragio universal —derechos y libertades que hoy no sólo damos por sentado sino que nos caracterizan como pueblo. Para Barbosa, la adopción de las instituciones y principios constitucionales de los Estados Unidos significaba democracia y libertad para Puerto Rico. Por eso Barbosa decía “[n]o sólo es patria la tierra donde se nace. Nuestras libertades y derechos son patria también.” Por su estructura federal, en Estados Unidos no hay conflicto entre la patria en que nacemos—sea Puerto Rico o Texas—y la patria de la que somos ciudadanos, los Estados Unidos. Así describía Barbosa las ventajas del sistema federal de gobierno en su artículo de El Tiempo del 30 de enero de 1907: “el ciudadano americano puede obedecer sin conflicto las leyes de la ciudad donde vive, del estado a que pertenece la ciudad y de la Nación; ciudad, estado y Nación tienen señalados los límites de su acción, que asegura la independencia del gobierno local en todo lo que a la vida local corresponde, y aseguran la unidad nacional en todo lo que interesa para el bien de la patria común.” Y más abajo continuó escribiendo: “La fórmula constitucional adoptada ha sido maravillosa en sus resultados;... A ella se debe que el sentimiento regional nunca esté en conflicto con el sentimiento nacional.” La ciudadanía americana no está en conflicto con nuestra puertorriqueñidad porque nuestra lealtad a Estados Unidos y el amor por Puerto Rico pertenecen a dos ámbitos distintos pero igualmente importantes de nuestra identidad como pueblo. Por eso Barbosa podía ser puertorriqueño de corazón y americano por convicción. Don Luis Ferré pensaba de igual forma. Decía: “Nación es un concepto de identificación política, social y humana. Patria es una adhesión del corazón al lugar en que se nace. Nuestra Nación, Estados Unidos. Nuestra Patria, Puerto Rico.” No hay que ser estadista para pensar como Barbosa y Ferré. Luis Muñoz Marín tampoco encontraba conflicto entre su ciudadanía americana y ser puertorriqueño. Muñoz entendía que para ser campeón de las causas puertorriqueñas no había que denigrar ni repudiar la ciudadanía americana que su padre, Luis Muñoz Rivera, ayudó a conseguir. Por eso, ante el Congreso, Muñoz definió el nuevo cuerpo político que quedó constituido en 1952 como “una comunidad de ciudadanos americanos”. Su concepto de los puertorriqueños como ciudadanos americanos llegaba más lejos. En el discurso que pronunció al cierre de la Convención Constituyente se expresó así: “Yo no concibo cómo se puede ser aquí pro americano. …Yo lo que concibo aquí es que nosotros somos americanos, no pro americanos.” Ese concepto de los puertorriqueños como americanos estaba acompañado de una visión multicultural de nuestro ser individual y colectivo. Decía Muñoz que “nuestra alma no es meramente huésped de dos culturas, de las maneras de entender, de intuir y de hacer las cosas. El alma puertorriqueña hace su contribución creadora a ambas.” Ya entendemos por qué Muñoz aceptó la enmienda para que en el Preámbulo de la Constitución después de la expresión “que consideramos factores determinantes en nuestra vida la ciudadanía de los Estados Unidos de América” se añadiera “y la aspiración a continuamente enriquecer nuestro acervo democrático en el disfrute individual y colectivo de sus derechos y prerrogativas.” Si, como hemos visto, la ciudadanía americana no está en conflicto con nuestra puertorriqueñidad ¿cómo entonces la puertorriqueñidad pudiera ser incompatible con el pleno disfrute de los derechos de nuestra ciudadanía? La puertorriqueñidad puede tener plena expresión con cualquiera de las opciones de status. Quien no lo entienda así tal pareciera que no conoce verdaderamente el alma puertorriqueña. No hay riesgo de perder nuestra identidad si mayoritariamente los puertorriqueños escogiéramos la estadidad. Pero nuestra dignidad sí está en riesgo mientras no decidamos finalmente nuestro status político. Lo que es indigno es ser ciudadanos de una nación sin tener los mismos derechos que otros conciudadanos…como también es indigno proclamar un proyecto nacional siendo colectivamente ciudadanos de otra nación. Por eso, decidir el status no es cuestión de identidad; es cuestión de dignidad. Y para salvaguardar nuestra dignidad como pueblo es preciso tomar una decisión sobre nuestro status ahora. El H.R. 2499, aprobado por la Comisión de Recursos Naturales de la Cámara, nos daría la oportunidad de tomar esa decisión y terminar de una vez con la indignidad del status colonial.
lunes, 27 de julio de 2009
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