DANIEL MORCATE Este domingo los puertorriqueños harán historia cuando voten en la contienda por la nominación presidencial demócrata más reñida en reciente memoria. El poderoso simbolismo de esa ocasión no quitará, desde luego, el sabor amargo que en la isla ha dejado más de un siglo de relación colonial con Estados Unidos. Pero la pelea electoral entre los senadores Hillary Rodham Clinton y Barack Obama ha servido al menos para arrojar luz en sectores influyentes de la metrópoli sobre el status indefinido de Puerto Rico. Y con un poco de suerte podría servir también para que futuros líderes norteamericanos entiendan mejor y se esfuercen más por resolver los retos políticos, sociales y económicos que enfrenta la isla. Los puertorriqueños deben decidir por sí solos el futuro de sus relaciones con Washington. Y Estados Unidos debe respetar lo que libre y democráticamente decidan los residentes de la isla. Pero, mientras tanto, los políticos norteamericanos no deberían escudarse detrás de lo que muchos consideran las vacilaciones de los puertorriqueños sobre el status para ignorar o subestimar los males crónicos de Puerto Rico: pobreza, desempleo y subempleo, éxodo constante hacia Estados Unidos, con su correspondiente fuga de talento y altos niveles de criminalidad, entre otros. Por eso es encomiable que líderes del Partido Demócrata en Washington y San Juan hayan propiciado una primaria de voto popular en la isla, en la que los precandidatos Obama y Clinton se disputarán 55 delegados a la convención presidencial. Y también es encomiable que los dos aspirantes hayan hecho intensa campaña en Puerto Rico, invirtiendo fondos, cortejando a partidarios influyentes, recorriendo sitios populares y demostrando solvencia en el manejo de los temas puertorriqueños. Los escépticos dirán que lo han hecho por simple conveniencia política. Pero una clave de la democracia estriba precisamente en hacer coincidir los intereses de los gobernantes con el de los gobernados, los de los aspirantes con los de aquellos a los que aspiran a gobernar. Y hasta nuevo aviso Washington continúa gobernando en Puerto Rico, aunque la isla goce de autonomía en muchos aspectos de política interna. Tanto Clinton como Obama les hicieron más promesas a los puertorriqueños de las que seguramente podrían cumplirles en caso de llegar a la Casa Blanca. Pero con su cuidadoso repaso de la problemática puertorriqueña y su atinada actuación en la isla también les demostraron respeto. ''El principio más importante'', declaró Obama al diario El Nuevo Día, ''es que Puerto Rico debe ser respetado y tratado como cualquier otro estado cuando de poderes se trata''. Y Clinton no se quedó atrás cuando subrayó: ''Creo que ustedes deberían tener voto para escoger al presidente''. Lo mismo creo yo. Y también que una sólida democracia como la norteamericana puede darse el lujo de otorgarles el voto presidencial directo a los residentes de sus territorios autonómicos. Mas incluso si prevalece el status quo, como es probable, el futuro inquilino de la Casa Blanca puede tomar medidas relativamente sencillas para contribuir al bienestar de Puerto Rico. Por ejemplo, puede ordenar la limpieza de las islas de Vieques y Culebra que durante décadas contaminó la armada norteamericana; facilitar la construcción o renovación de instalaciones médicas para veteranos de guerra, que en Puerto Rico son más numerosos que en varios estados de la Unión; y estimular la creación de empleos mediante incentivos a empresas estadounidenses para que se radiquen en la isla y, en el caso de las que ya están allí, para que no la abandonen. Estas serían maneras mucho más concretas y prácticas en que el futuro presidente norteamericano podría demostrar su respeto por la dignidad puertorriqueña.
jueves, 29 de mayo de 2008
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